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Ilumina el alma, la Niebla |
La Puebla de
Castro a 28 de Diciembre de 2007
El perro aúlla y hay niebla. Un amanecer blanquecino y difuso viene a verme hoy cabalgando sobre la bruma.
La noche ha engendrado una elipsis; y la tierra, con un velo blanco, ha hecho
mutis bajo las constelaciones.
La niebla nos convierte en oscuras estrellas titilantes. Astros indecisos
que aparecen súbitos en el algodón blanco de la boira y desaparecen, igualmente súbitos, cuando ella se va. La niebla
nos hace íntimos; en ella, tan sólo lo próximo subsiste. Del lienzo de mi
ventana han desparecido las lejanas montañas, los campos de labranza y el
sendero que me saluda todas las mañanas meciendo sus caderas de tierra y grava que
se pierden, al fin, por los recodos de peña Sagrario. Todo ha sido engullido
esta mañana por el albo manto de la niebla; el paisaje majestuoso de las
cumbres pirenaicas ha sucumbido al olvido de esta fatigada nube blanca que
ha venido a reposar sobre los campos que
rodean mi casa. Sólo queda lo próximo; un abeto alto y recto que apunta
despistado a un cielo hoy desaparecido, y el alero del tejado de mi único
vecino, con el rocío congelado compitiendo en albor con la sola niebla. Nada
más. Dos figuras extrañas y algo cándidas que comparten, esta mañana, su orfandad..
Parece que el mundo se resigna, por una vez, a que seamos nosotros su centro.
Se comprime hasta acariciar, casi, la retina de nuestros ojos y nos invita al recogimiento. Entonces, el
mundo se hace tan pequeño que descubrimos la grandeza del alma. Afuera apenas
queda nada y, sin embargo, ¡cuan grandes se hacen mis sentimientos!, ¡qué
inmenso abismo, qué mundos, habitan mi memoria! Apenas preciso de nada más para
existir; la belleza de las cumbres nevadas, el manto verde de los campos de
cebada, el desfile de las ovejas en los bancales del alta hierba, las parábolas que hilvanan los buitres en el azul
del cielo, viven en mi recuerdo.
La niebla no me los puede arrebatar, pues los tengo trenzados en el alma desde
el mismo día que los conocí. Han hecho nido en mi corazón los paisajes y las
personas, los sentimientos, las caricias y las despedidas. La niebla los ha
traído hoy frente a mis ojos para que recuerde que están ahí, que permanecen en
mi pecho desde entonces, y que persistirán
mientras se prolongue la biografía que escribiré hasta que me alcance el
enigmático ocaso que rumian los cementerios.
El perro aúlla y hay niebla; empieza, de nuevo, un día…