una pequeña meditación sobre la impertinencia de la mente dedicada también a mis sabios amigos javi y silvia de casa fustero. |
La
mente.
No
me interesa que me digas qué hacer. De ti, nunca viene una idea buena. ¿Crees
que no te conozco? Eres el origen de toda desgracia. Y, aunque me persigas a
todas partes durante todo el día, no pienso hacerte caso. Cállate de una vez.
¿Eres incapaz de guardar silencio? Déjame pasear al menos.
Mira,
tras aquél recodo del camino encontraremos la fuente. ¡Tantas veces me he
refrescado en ella! Ya sé que tú la conoces, cómo no. Mas, para mí, debería ser
nueva cada vez que acudo a ella… Sin memoria, sin palabras, sólo frescor, y la
musiquilla del agua que se vierte del caño. La fuente es eso y mucho más. El
rumor de la brisa que juega con las hojas de las encinas, que se balancea en el
sauce como una niña intangible, y nos acaricia, y nos acaricia. La fuente es
eso, sí. Y mucho más. Es mis pasos sobre las piedras, sobre la hojarasca,
llevándome atraídos por la promesa del agua. Las gotas, diminutas, que ha
dejado en mi mano después de haberla sumergido en la pila que la recibe. Y el
frío mensaje de profundidades telúricas de las que ha de brotar la vida.
Cállate.
No,
no te callarás, no puedes. Pero yo seguiré sin hacerte caso. Hoy le toca al
corazón hallar el sentido a las cosas. Fíjate, ahora siento que la vida brota
de la tierra profunda, la misma que nos dará sepultura. Todo es un círculo íntimo
en la eternidad. Tanto, que los hombres no sabemos apreciarlo desde nuestra ínfima
altura. Imaginaos el perfil del planeta ¿cuánto se alza la figura de un hombre,
de un hombre solo, sobre el arco inconmensurable del horizonte? Menos que nada.
Sin embargo, cada hombre alberga un mundo en su corazón. Esa es la paradoja de la existencia humana: nada
somos, mas la creación entera hace nido en el alma. Tú no lo entiendes, pero la
nada y el infinito se dan la mano en el corazón de los hombres. La muerte
cruel, seca, y la eternidad lluviosa. Muchos no lo saben porque sólo tienen
ojos y oídos para ti. Yo no, yo oigo cómo llueve la eternidad, cómo los
segundos construyen la historia natural desde inicio de los tiempos. ¿Sigues
sin entenderlo, verdad? Pues seguirán lloviendo, arreciando tempestades cuando
se haya perdido nuestro recuerdo. Para el corazón ¿sabes?, no importa. Solo el
agua fría en mis manos, el rumor del agua y el del viento, en los sauces y las
encinas, en las hojas trémulas de la alameda, en mi piel efímera y eterna.
Soy
inmortal este segundo, ya ves. Quítamelo si puedes.
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