(rescato este viejo relato para hoy que amanece tan temprano
espero que os sea grato)
Soy un árbol.
V. van Gogh |
Ese
incendio allí en el Este y esas estrellas brillando todavía en el firmamento
anuncian una mañana soleada. Yo, cuando pienso en el Sol, me retuerzo de
placer. Bueno, y si llueve, igual. La verdad es que me gustan los días tanto si
llueve como si luce el Sol. No hay dos
días iguales. Como ahora mismo, fijaos ¡qué amanecer! No sé cómo lo verán los demás olivos de mi
bancal, pero es magnífico. Algunas nubes se desgranan, sanguíneas, por el iris, van de lo cárdeno al lo puramente
rojo; y enmarcan el perfil de las montañas con la primeriza luz de oriente.
Pronto asomará el astro con su luz de oro, tiemblo de placer esperando ese
instante. La luz alargándose por los campos, serpenteando en los caminos,
bajando lomas, trepando oteros, alumbrando el verde de los labrantíos y las
copas encendidas de los otoñales chopos junto al arroyo. Luego, vendrá el cielo
azul de una mañana pura y fría de este otoño que ya se termina.
Qué va a saber un pobre olivo como yo, un humilde árbol que jamás salió
de un bancal de secano. Aunque, a veces,
pienso que quizá todo el mundo sea como mi bancal; aunque sólo sea porque,
amanecer, amanece todos los días y en todas partes. Y si de todos mis amaneceres
no hay dos iguales, ¿qué otros amaneceres se podrán gozar en otros lugares, que, tarde o
temprano, no vengan también a visitarme? Es cierto que jamás veré el mar,
jamás. Ni las Tres Gargantas del Yang Tse, ni las cataratas del Niágara o las
llanuras interminables de Gobi o los hielos gigantescos de la Antártida o la
aurora que incendia el cielo magnético de los polos. No, no veré al hombre
afanándose en las populosas urbes, amándose y odiándose en lechos y batallas.
Ni contemplaré el horror de la guerra, ni el brillo del amor materno en los
ojos de las madres africanas, las que amarran sus hijos a los escuálidos
pechos. No avistaré otros horizontes que los de mis montañas, es cierto. Sólo
soy un humilde olivo que piensa y sueña desde un bancal anclado en los Pirineos.
Pero me pertenecen, con mi modestia, los amaneceres y los vientos, las
lluvias, las tormentas y el olor fecundo de la tierra que me alimenta. Me
siento unido a todos en mis raíces, que se hunden en la misma tierra que a
todos sustenta. La savia me nutre de reminiscencias minerales, el viento me
trae rumores, la lluvia, tempestades. No sé cómo decirlo, pero me siento, desde
mi bancal pequeño y modesto, parte de todo y de todos. Siento que el Sol, la
tierra y el agua, de alguna manera, nos
hermanan.
V. van Gogh |
Puede que sólo sean los pensamientos de un viejo olivo que chochea y
piensa que sabe del mundo. Otros, puede que habiten un bancal más grande que el
mío, incluso los habrá que suban y bajen de esos aviones que trazan escuálidas
nubes de humo en los cielos de la mañana y esbozan puentes celestes entre los distintos
amaneceres; ellos pensarán que conocen mejor el mundo, todo el mundo. ¿Cuántas
vidas serán precisas para conocer el orbe entero? Las simas abisales, inmensas y sombrías, de los océanos donde habitan seres
ciegos y gigantescos, las grutas terrosas de los gusanos bajo las tierras de
fango o las arenas de los desiertos, la vorágine del vértigo en el pico del
cóndor, el tumulto del interior del hormiguero, la olvidada calidez del útero
materno.
Pienso, sin embargo, como puede pensar un viejo olivo, que, a pesar de
los años que ya soporta mi desigual y leñoso cuerpo, algo habrá que me haga ver
cada día como una ocasión de alegrarme,
cada amanecer, como un nuevo amanecer. Porque esa hoguera que inflama las nubes, proclama que el nuevo
día ya cabalga en oriente.
¡El nuevo día! Porque es nuevo, es único. Cuando lo pienso, doy gracias
porque yo también renazco todos los días, nuevo a pesar de los años. Tras cada
amanecer soy el olivo de hoy y no otro. Y tomo de la tierra y el aire, del agua
y del Sol, el sustento y el conocimiento de la tierra que habito. Y soy -yo solo- una multitud: la de los
olivos de todos los hoyes que he vivido. Cada cual con su único
amanecer, su única alegría o su sola tristeza adusta que le murmura desde las
raíces el dolor de la existencia, de la sangre que riega la corteza terrestre,
del odio o de la injusticia. Y también del amor.
No
creáis que por ser un humilde árbol, pequeño y retorcido, que habita un
minúsculo bancal colgado en una ladera pirenaica, ignoro el sino triste del
hombre que me cuida y que espera el fruto de mis ramas, y que vive y muere anhelando
más de lo que la vida le puede otorgar. Grande y trágico es el destino de los
hombres. Ellos, que nos han dado el nombre
a los demás seres, viven perpetuamente perdidos, buscándose a sí mismos,
buscando su verdadero y definitivo nombre. Pero esa es otra historia.
Yo venía a contar un amanecer.
Pero soy un olivo viejo entre tantos otros olivos.
Y sólo tengo unas pocas palabras que ofreceros.
***
3 comentarios:
Bravo Josep!. Pot ser la lluna és per altre cosa que no per anar-hi.
Está tan lejos, tanto que sólo cuatro tios la han pisado (la luna)
Aunque, en las noches de luna llena, ilumina los bancales de mis olivos con una luz amorosa y fría que se prolonga en su follage plateado durante toda la jornada. Cosas de olivos y lunas ¿verdad?
perdón: follaje (y no es un taco)
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