miércoles, 1 de agosto de 2012

El perro aulla y hay niebla.

Ilumina el alma, la Niebla

La Puebla de Castro a 28 de Diciembre de 2007

El perro aúlla y hay niebla. Un amanecer blanquecino y difuso  viene a verme hoy cabalgando sobre la bruma. La noche ha engendrado una elipsis; y la tierra, con un velo blanco, ha hecho mutis bajo las constelaciones.
La niebla nos convierte en oscuras estrellas titilantes. Astros indecisos que aparecen súbitos en el algodón blanco de la boira  y desaparecen, igualmente súbitos, cuando ella se va. La niebla nos hace íntimos; en ella, tan sólo lo próximo subsiste. Del lienzo de mi ventana han desparecido las lejanas montañas, los campos de labranza y el sendero que me saluda todas las mañanas meciendo sus caderas de tierra y grava que se pierden, al fin, por los recodos de peña Sagrario. Todo ha sido engullido esta mañana por el albo manto de la niebla; el paisaje majestuoso de las cumbres pirenaicas ha sucumbido al olvido de esta fatigada nube blanca que ha  venido a reposar sobre los campos que rodean mi casa. Sólo queda lo próximo; un abeto alto y recto que apunta despistado a un cielo hoy desaparecido, y el alero del tejado de mi único vecino, con el rocío congelado compitiendo en albor con la sola niebla. Nada más. Dos figuras extrañas y algo cándidas que comparten, esta mañana, su orfandad..
Parece que el mundo se resigna, por una vez, a que seamos nosotros su centro. Se comprime hasta acariciar, casi, la retina de nuestros ojos y nos invita al recogimiento. Entonces, el mundo se hace tan pequeño que descubrimos la grandeza del alma. Afuera apenas queda nada y, sin embargo, ¡cuan grandes se hacen mis sentimientos!, ¡qué inmenso abismo, qué mundos, habitan mi memoria! Apenas preciso de nada más para existir; la belleza de las cumbres nevadas, el manto verde de los campos de cebada, el desfile de las ovejas en los bancales del alta hierba, las parábolas que hilvanan los buitres en el azul del cielo, viven en mi recuerdo. La niebla no me los puede arrebatar, pues los tengo trenzados en el alma desde el mismo día que los conocí. Han hecho nido en mi corazón los paisajes y las personas, los sentimientos, las caricias y las despedidas. La niebla los ha traído hoy frente a mis ojos para que recuerde que están ahí, que permanecen en mi pecho desde entonces, y que persistirán  mientras se prolongue la biografía que escribiré hasta que me alcance el enigmático ocaso que rumian los cementerios.
El perro aúlla y hay niebla; empieza, de nuevo, un día…