miércoles, 1 de agosto de 2012

El perro aulla y hay niebla.

Ilumina el alma, la Niebla

La Puebla de Castro a 28 de Diciembre de 2007

El perro aúlla y hay niebla. Un amanecer blanquecino y difuso  viene a verme hoy cabalgando sobre la bruma. La noche ha engendrado una elipsis; y la tierra, con un velo blanco, ha hecho mutis bajo las constelaciones.
La niebla nos convierte en oscuras estrellas titilantes. Astros indecisos que aparecen súbitos en el algodón blanco de la boira  y desaparecen, igualmente súbitos, cuando ella se va. La niebla nos hace íntimos; en ella, tan sólo lo próximo subsiste. Del lienzo de mi ventana han desparecido las lejanas montañas, los campos de labranza y el sendero que me saluda todas las mañanas meciendo sus caderas de tierra y grava que se pierden, al fin, por los recodos de peña Sagrario. Todo ha sido engullido esta mañana por el albo manto de la niebla; el paisaje majestuoso de las cumbres pirenaicas ha sucumbido al olvido de esta fatigada nube blanca que ha  venido a reposar sobre los campos que rodean mi casa. Sólo queda lo próximo; un abeto alto y recto que apunta despistado a un cielo hoy desaparecido, y el alero del tejado de mi único vecino, con el rocío congelado compitiendo en albor con la sola niebla. Nada más. Dos figuras extrañas y algo cándidas que comparten, esta mañana, su orfandad..
Parece que el mundo se resigna, por una vez, a que seamos nosotros su centro. Se comprime hasta acariciar, casi, la retina de nuestros ojos y nos invita al recogimiento. Entonces, el mundo se hace tan pequeño que descubrimos la grandeza del alma. Afuera apenas queda nada y, sin embargo, ¡cuan grandes se hacen mis sentimientos!, ¡qué inmenso abismo, qué mundos, habitan mi memoria! Apenas preciso de nada más para existir; la belleza de las cumbres nevadas, el manto verde de los campos de cebada, el desfile de las ovejas en los bancales del alta hierba, las parábolas que hilvanan los buitres en el azul del cielo, viven en mi recuerdo. La niebla no me los puede arrebatar, pues los tengo trenzados en el alma desde el mismo día que los conocí. Han hecho nido en mi corazón los paisajes y las personas, los sentimientos, las caricias y las despedidas. La niebla los ha traído hoy frente a mis ojos para que recuerde que están ahí, que permanecen en mi pecho desde entonces, y que persistirán  mientras se prolongue la biografía que escribiré hasta que me alcance el enigmático ocaso que rumian los cementerios.
El perro aúlla y hay niebla; empieza, de nuevo, un día…

domingo, 1 de julio de 2012

LA HERENCIA O LA IMPORTACIA DEL DINERO

LA HERENCIA O LA IMPORTACIA DEL DINERO


¿Esperando al notario en el s. XIX?  Lancret.
Tardan
Tardan en llegar, se detienen en el camino por cualquier cosa, con cualquier excusa.
El niño, atraído por los escaparates, lo quiere todo: helados, juguetes, ropa, zapatos, revistas. La madre se para ante todos y discute con el niño la conveniencia de comprar esos objetos. Le cuenta que son muy caros y que no pueden permitírselos. Que ya tiene juguetes en su casa, ¿no recuerda el soldadito de plomo que le trajeron los reyes? ¿o el cochecito a pilas aparcado bajo su camita? Es un chaval educado éste, no berrea y se deja convencer por los argumentos de la madre. Y se detienen ante el siguiente escaparate y vuelven a lo mismo, él pide, ella argumenta.
A medida que se acercan a la notaría, sus paradas duran más tiempo. El sigue pidiéndolo todo, ella añade más argumentos a su discurso. ¿Otro helado? Pero si ya tomaste del que hay en la nevera antes de salir. No, esa camiseta es roja como la que te regaló tía Pepa ¿para qué quieres otra igual? No le apetece llegar. Va a que le lean la Herencia.
Murió arrollado por el tren de cercanías. ¿Qué hacía, a las tres de la madrugada, Juan en aquel lugar? Juan no tenía un huerto, ni siquiera era capaz de distinguir un patatal de una plantación de zanahorias. Para él todo lo que asomara de la tierra era hierba. Solo hierba. ¿Qué hacía a las tres de la madrugada, paseando por la huerta del Prat del Llobregat? Sobre todo ¿cómo se pudo caer a la vía justo cuando pasaba el cercanías a toda velocidad?
No, esa pistolita de agua, no. Eso es para el verano, y todavía es invierno. Juan había dejado herencia. Según decía la tía Pepa, más que herencia, lo que había dejado Juan era una Herencia con mayúsculas. No había motivos económicos. Eso, en el supuesto de que Juan se hubiese suicidado. Posiblemente, nunca lo sabría. Un resbalón, un mal pensamiento, quién sabe.
Al niño, le contó que a su padre lo había contratado la NASA para llevar una nave espacial a Marte de incógnito. El niño tenía mucha imaginación, le gustaban los cuentos y las películas de fantasía y de ciencia ficción. Es mejor tener un padre aventurero, perdido entre las estrellas, que suicidado entre los alcachoferos y patatales del Prat del Llobregat.
Una Herencia con mayúsculas. ¿Y si tía Pepa se equivocaba? Recordaba la historia de una amiga suya, con la que jugaba de pequeña, hija de familia de abolengo, a quien se le murió el padre súbitamente. Al escuchar la herencia, su madre sufrió una lipotimia: su ilustre marido sólo dejaba deudas. Así, que, su Herencia con mayúsculas, quizás era tan sólo una herencia irrisoria. Juan siempre había sido muy reservado con sus cosas. Pero el Notario la había citado solemnemente para leerle su Herencia.
Deja esa revista, es para mayores. Es el quiosco de enfrente de la Notaría. La última y concluyente parada.
*
Salen de la Notaría la madre y el hijo cogidos de la mano. Una sombra de lágrimas en los ojos de ella. El niño se va directo al quiosco, a las portadas de los comics de héroes y dibujos de colores. Abre la cartera y saca una moneda. Pero te lo has del leer, eh. Sabe que al niño sólo le atraen los dibujos. Cierra la cartera maquinalmente, ensimismada en lo ocurrido en la notaría.
Hasta ese momento, la Herencia se ha ajustado en la cartera de la madre. Lisa, cuadrada, con bordes ribeteados. Juan había dictado herencia meses antes de morir. El notario la ha leído con voz grave a ambas mujeres. ¿Tú quién eres? Yo… la esposa de Juan ¿y tú?
Vaya silencio mientras el notario hace que ordena los papeles.
Yo… soy la esposa de Juan. También, apostilla el notario. ¿Qué?, exclaman las dos mujeres. Don Juan Sarrablo y Mora, según confiesa en su testamento, mantenía dos familias desde hace mucho tiempo. Las de ustedes dos. ¿Cómo?, exclaman de nuevo las dos, como si hubiesen acordado previamente decir lo mismo. Don Juan Sarrablo y Mora, según su testamento, casó primero con la Señora X y, cinco años después, con usted. Levanta un momento la mirada del documento para mirarla. El notario intenta ser neutro en su actitud, en sus palabras, en el traje gris que viste. Sigue. El testamento me obliga a leerles lo siguiente: “a las dos os quise por igual, pero X fue la primera y con ella tuve cinco hijos, mientras que con la segunda sólo tuve uno, esa es la razón por la que dejo a X todos mis bienes, menos un sello raro de mi colección filatélica, valorado en más de trescientos mil euros según mis asesores, que lego a mi segunda mujer”
Para la otra, las casas, los autos, una cuenta de más de tres millones de euros, las acciones de la compañía Sarrablo&Cia SA. La primera en levantarse ha sido X. Ha firmado aceptación de su herencia y salido del despacho murmurando un “hijo de puta”.
Ella también ha aceptado la herencia. El notario le ha entregado el sello. Un papelucho marrón con una efigie defectuosa de Pepe Botella, fechado en 1808. El último sello del hermano del  emperador. Sólo se imprimieron veinte ejemplares, le dice el Notario. Si quiere, yo mismo se lo adquiero ahora por el precio que su difunto menciona en la Herencia. No gracias. Las lágrimas hacen borrosos los objetos del despacho del Notario. Coge el sello y se lo mete en la cartera. El dinero es lo que ahora le importa menos.
¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo no me di cuenta? Se pregunta, con el niño de la mano, feliz, apretando el tebeo en su manita, como si de un tesoro se tratase. Y echa a andar.
Se para un transeúnte frente al quiosco. Compra el diario sin saber que su pie derecho pisa un papelucho marrón de la época de Pepe Botella. Cuando lo levanta, se ha hecho jirones, trizas, nada.
La mujer y el niño se alejan.
No es el dinero lo que ahora importa.

lunes, 18 de junio de 2012

SOY UN ÁRBOL


(rescato este viejo relato para hoy que amanece tan temprano
espero que os sea grato)


Soy un árbol.

V. van Gogh
Ese incendio allí en el Este y esas estrellas brillando todavía en el firmamento anuncian una mañana soleada. Yo, cuando pienso en el Sol, me retuerzo de placer. Bueno, y si llueve, igual. La verdad es que me gustan los días tanto si llueve como si  luce el Sol. No hay dos días iguales. Como ahora mismo, fijaos ¡qué amanecer!  No sé cómo lo verán los demás olivos de mi bancal, pero es magnífico. Algunas nubes se desgranan, sanguíneas, por el iris, van de lo cárdeno al lo puramente rojo; y enmarcan el perfil de las montañas con la primeriza luz de oriente. Pronto asomará el astro con su luz de oro, tiemblo de placer esperando ese instante. La luz alargándose por los campos, serpenteando en los caminos, bajando lomas, trepando oteros, alumbrando el verde de los labrantíos y las copas encendidas de los otoñales chopos junto al arroyo. Luego, vendrá el cielo azul de una mañana pura y fría de este otoño que ya se termina.
Qué va a saber un pobre olivo como yo, un humilde árbol que jamás salió de un bancal de secano.  Aunque, a veces, pienso que quizá todo el mundo sea como mi bancal; aunque sólo sea porque, amanecer, amanece todos los días y en todas partes. Y si de todos mis amaneceres no hay dos iguales, ¿qué otros amaneceres  se podrán gozar en otros lugares, que, tarde o temprano, no vengan también a visitarme? Es cierto que jamás veré el mar, jamás. Ni las Tres Gargantas del Yang Tse, ni las cataratas del Niágara o las llanuras interminables de Gobi o los hielos gigantescos de la Antártida o la aurora que incendia el cielo magnético de los polos. No, no veré al hombre afanándose en las populosas urbes, amándose y odiándose en lechos y batallas. Ni contemplaré el horror de la guerra, ni el brillo del amor materno en los ojos de las madres africanas, las que amarran sus hijos a los escuálidos pechos. No avistaré otros horizontes que los de mis montañas, es cierto. Sólo soy un humilde olivo que piensa y sueña desde un bancal anclado en los Pirineos.
Pero me pertenecen, con mi modestia, los amaneceres y los vientos, las lluvias, las tormentas y el olor fecundo de la tierra que me alimenta. Me siento unido a todos en mis raíces, que se hunden en la misma tierra que a todos sustenta. La savia me nutre de reminiscencias minerales, el viento me trae rumores, la lluvia, tempestades. No sé cómo decirlo, pero me siento, desde mi bancal pequeño y modesto, parte de todo y de todos. Siento que el Sol, la tierra y el agua, de alguna manera,  nos hermanan.
V. van Gogh
Puede que sólo sean los pensamientos de un viejo olivo que chochea y piensa que sabe del mundo. Otros, puede que habiten un bancal más grande que el mío, incluso los habrá que suban y bajen de esos aviones que trazan escuálidas nubes de humo en los cielos de la mañana y esbozan puentes celestes entre los distintos amaneceres; ellos pensarán que conocen mejor el mundo, todo el mundo. ¿Cuántas vidas serán precisas para conocer el orbe entero?  Las simas abisales, inmensas y  sombrías, de los océanos donde habitan seres ciegos y gigantescos, las grutas terrosas de los gusanos bajo las tierras de fango o las arenas de los desiertos, la vorágine del vértigo en el pico del cóndor, el tumulto del interior del hormiguero, la olvidada calidez del útero materno.
Pienso, sin embargo, como puede pensar un viejo olivo, que, a pesar de los años que ya soporta mi desigual y leñoso cuerpo, algo habrá que me haga ver cada día como  una ocasión de alegrarme, cada amanecer, como un nuevo amanecer. Porque esa hoguera  que inflama las nubes, proclama que el nuevo día ya cabalga en oriente.
¡El nuevo día! Porque es nuevo, es único. Cuando lo pienso, doy gracias porque yo también renazco todos los días, nuevo a pesar de los años. Tras cada amanecer soy el olivo de hoy y no otro. Y tomo de la tierra y el aire, del agua y del Sol, el sustento y el conocimiento de la tierra que habito.  Y soy -yo solo- una multitud: la de los olivos de todos los hoyes  que he vivido. Cada cual con su único amanecer, su única alegría o su sola tristeza adusta que le murmura desde las raíces el dolor de la existencia, de la sangre que riega la corteza terrestre, del odio o de la injusticia. Y también del amor.
No creáis que por ser un humilde árbol, pequeño y retorcido, que habita un minúsculo bancal colgado en una ladera pirenaica, ignoro el sino triste del hombre que me cuida y que espera el fruto de mis ramas, y que vive y muere anhelando más de lo que la vida le puede otorgar. Grande y trágico es el destino de los hombres. Ellos, que nos han dado el nombre  a los demás seres, viven perpetuamente perdidos, buscándose a sí mismos, buscando su verdadero y definitivo nombre. Pero esa es otra historia.
Yo venía a contar un amanecer.
Pero soy un olivo viejo entre tantos otros olivos.
Y sólo tengo unas pocas palabras que ofreceros.

***

martes, 29 de mayo de 2012

Expedición al Corazón del Ser

mucho tiempo después, sólo se halló de él este vestigio

El Corazón del Ser.

- Para ir al corazón del Ser.

Lo dijo levantando la voz.
El restaurante del Real Club Descubridores y Expedicionarios, enmudeció un momento. Más de una cabeza se giró indisimuladamente hacia ellos. Concurrían allí destacados miembros del Club, hombres intrépidos que habían realizado incontables descubrimientos a lo largo de los últimos dos siglos. Arriesgadas expediciones a tierras de caníbales sedientos de sangre, desiertos interminables donde se abrasaba hasta el alma, travesías por mares de perpetuas tempestades, por selvas de agobio y malaria. Una historia de heroicos descubridores en la que más de uno se había dejado la piel en el empeño. Grandes descubrimientos que les debían la patria y la ciencia. Donde ellos pusieron los pies ampliando los confines del mundo conocido llegaron, luego, la buena civilización occidental y la palabra de Dios. Se habían lanzado siempre los valientes miembros del Real Club de Descubridores y Expedicionarios a las más arriesgadas aventuras, por las más insólitas rutas y con las compañías más peligrosas, arriesgando la vida y el patrimonio con el único objetivo de ampliar los horizontes del progreso y la cultura del mundo occidental, cristiano, democrático y ordenado; y, también, por supuesto, por el afán de alcanzar fama y notoriedad.

-Para ir al Corazón del Ser.

Repitió estas palabras por si quedaba alguien que no hubiese escuchado lo que le estaba diciendo a Pepito Grillo, su viejo mentor, que estaba un poco sordo y parecía ser el último en el Restaurant en enterarse de lo que le estaba contando: que había decidido viajar a dónde nadie lo había hecho. Y eso que, a lo largo de la historia, lo habían intentado los hombres más honestos y esforzados, aquellos que conocemos como filósofos. Armados con la razón y sus múltiples herramientas, la lógica, la similitud, la analogía o el lenguaje; explorando las tierras fértiles de las Ideas, las arenas movedizas de los fenómenos, la soledad de la existencia, la soledad en que Dios nos dejó cuando recorrimos los vericuetos de la Ilustración...

Sí, todos ellos se habían dejado la piel en el empeño; algunos, enajenados, creyeron hallar la Verdad que se esconde el Corazón del Ser (y que, por otra parte, tan solo se le suponía…); aunque siempre, ella, la Verdad, se terminó mostrando falsa o esquiva. Claro que todo eso era pasado, pertenecía a la Historia. O a la mitología, como la Atlántida. Ahora, las cosas y la filosofía eran de otra manera.

-Te has vuelto loco –gruñó, entre dientes, Pepito Grillo, y pinchó con el tenedor el último pedazo de tarta que quedaba en la bandeja.- Ese viaje no lleva a ninguna parte. Muchos son los que lo intentaron. ¡Bah! Humo. Fracasos.

Sabía, el filósofo, que esta sería, más o menos, la respuesta de su mentor, quien lucía tres migas de pastel sobre su figura: una en la comisura de los labios y dos sobre el suéter de lana, donde empezaba la curva de su considerable barriga.

Admiraba a Pepito Grillo desde los tiempos en que acudió como alumno a las magistrales clases de lógica y teoría del lenguaje que impartía. De eso habían pasado veinte años.

-No hay Corazón del Ser que valga –insistió Pepito Grillo, tras dar un largo sorbo a la taza de té (con una nube de leche y sin azúcar)

No pensaba discutir. La decisión estaba tomada. El filósofo lo había meditado largamente. Durante años el proyecto se había ido perfilando en su mente, penetrando todas las Ideas, todas la relaciones, conmoviendo categorías y floreciendo en intuiciones difíciles de catalogar. Era una idea soberbia: ¡alcanzar el Corazón del Ser, menuda osadía!

Al principio, cuando pensaba en ello, le entraba una especie de vergüenza y se sonrojaba ante tamaña pedantería. Poco a poco, sin embargo, el proyecto se fue definiendo y, al mismo tiempo, ganando su propio corazón humano.

Desvistiendo su pensamiento de prejuicios positivistas, empíricos y demás palabrería técnico científica con la que el siglo XX había sentenciado a la filosofía, confinándola en una especie de cárcel conceptual y una ética del conocimiento estrictamente racional. Bueno, quizás sería mejor decir: una ética de apariencia racional. La ciencia y la Lógica del Lenguaje secuestraron la libertad del pensamiento; es decir: la libertad del filósofo. Quien se apartaba de ese camino era condenado inmediatamente y apartado de la comunidad académica, expulsado, finalmente, si no renegaba de sus principios, de los mismísimos edificios de la Universidad.

- El Ser es despiadado, amigo mío-  como el filósofo no le contestaba, Pepito Grillo añadió otra razón a su discurso- Ten cuidado: el Ser no tiene Corazón.

Levantó la mano para indicarle al camarero que trajese un nuevo trozo de tarta para Pepito Grillo. Sí; el viejo debía tener razón. Uno no debía fiarse del Ser, en su búsqueda unos se habían vuelto locos, habían perdido la fe, y se habían suicidado precipitándose en las profundas aguas existenciales con un pesado saco de pesimismo atado a los pies; otros, se habían acogido a la ceguera dogmática. Sin saberlo –o quizá bajo una oculta conciencia vergonzante-, los filósofos de los últimos tiempos, esos que se empeñaban en confinar la filosofía en el pequeño espacio de las relaciones lingüísticas, pertenecían a este último grupo; no eran más que unos sobrealimentados siervos del poder tecno científico de mercado: los nuevos dogmáticos. Para él, desde el descubrimiento de los números ocultos, no eran más que unos locos y mediocres, empeñados en construir la normalidad.

El camarero dejó sobre la mesa una bandeja con más tarta para el viejo, tras retirar la vacía; pero Pepito Grillo tenía los ojos clavados en él. Unos ojos acuosos, sin pestañas, con escasas patas de gallo sobre la mofletuda cara. El filósofo se estremeció al descubrir que los ojos de su mentor eran, ahora, más acuosos que nunca.

-No llores Pepito. Piensa que, si muero en el empeño, para mí habrá valido la pena. No puedo más con este vacío, con esta autocomplacencia estéril que me rodea. Que nos rodea. ¿Piensas que me engañas? No, amigo mío, no. Todavía ignoro lo que se halla en el Corazón del Ser, es cierto. Pero, en el fondo de tu corazón: ahí, sí sé lo que hay. Tú mismo me enseñaste a desconfiar de cualquier solución excesivamente fácil, a dudar ante la simplicidad que fundamenta todas las supersticiones y las rodea de sombras y amenazas para protegerlas. Para proteger, en el fondo, a quienes se benefician de ellas. – Decidió no pinchar un trozo de pastel, sentía un vacío en el estómago, un vértigo difuso por la inminencia de su viaje-. Y aquí hemos llegado. Yo mismo te sustituí en la Cátedra de filosofía del Lenguaje cuando te llegó la jubilación. Durante años llené la cabeza de mis alumnos con juicios contra cualquier pensamiento que no estuviese constreñido dentro de esa autodestructiva desconfianza. Autodestructiva para el corazón de los hombres, y para el paradójico corazón de la inteligencia que se olvida a sí misma, y, sobre todo, para soñar. Sí, viejo maestro, ¡para soñar!  ¿Qué es la filosofía sino la búsqueda de la Verdad entre los sueños de la Vida? Dímelo. Nada. La verdad es también un sueño, un dios evanescente en cuyo altar nos sacrificamos. Nos cortamos la coleta, toreros derrotados ante el escurridizo toro de la verdad. Y nos retiramos al asilo de la coherencia, de la lógica y el lenguaje. Toreamos ya solo alguna vaquilla inofensiva, de cuernos cortos, escuálida y trotar vacilante.

Pepito Grillo se pasó el dorso de la mano por la mejilla, donde una gruesa lágrima resbalaba dejando una estela triste de humedad.

-Una analogía, si quieres. No tengo otra cosa con la que empezar mi aventura, lo confieso. Pero siento que la verdad puede liberarse de esas cadenas si alcanzo el Corazón del Ser. Sí- hablaba ya más para sí mismo, que para su viejo mentor- una analogía, una metáfora de lo desconocido: esas son mis únicas armas, el céfiro escaso que ha de hinchar las velas de mi nave. Ahora, viejo amigo, es hora de que parta de una vez.

Estrechó la mano temblorosa y húmeda del anciano, y partió, dejando una estela de vehemencia a sus espaldas que provocó algún estornudo entre los doctos socios del Club, y poco más.
Pepito Grillo tardó unos minutos en levantarse y salir, él también, del Restaurant. En la mesa quedó, intacto, el trozo de tarta.

Del filósofo no se supo más. Ni siquiera fue inscrito en los anales del Club entre los héroes que dieron la vida en su afán de fama y aventura. Su nombre fue olvidado. Sólo Pepito Grillo pensaba en él de vez en cuando. Aunque murió poco después de su último encuentro.

Un extraño manuscrito, cuya caligrafía era bastante parecida a la del filósofo desaparecido, fue hallado entre sus pertenencias. En él se exponía  una teoría sobre la naturaleza de los números que fue declarada demencial por quienes tuvieron acceso a leerla. Este es un extracto del mismo:
“…pienso que quizá no me asisten los dioses de la razón. Hallé en un sueño una nueva forma de calcular. A los números me refiero. Dos más dos ¿son cuatro? Para quién sólo ve lo que hay delante de sus narices, esa adición es evidente. Tan evidente que la llaman “verdad”. Pero yo he visto los números que se ocultan tras los números. Si escribo (o digo; qué más da) “2+2”, lo que ahora veo son tres elementos “2”, “+” y “2”. ¡Tres! Entonces: dos más dos ¿son tres?, ¿son cinco acaso (3+2)?, ¿o son siete -4+2-, quizás? Porque el “3” que ha “visto” mi mente discursiva  se incorpora a la ecuación, salta y toma vida en ella. Entonces la Verdad huye de la coherencia de los números aparentes (categoría nueva que debería catalogar a toda la matemática y sus números-desde los naturales hasta los irracionales- realizada hasta hoy mismo). Los Números Ocultos los contienen, pero son más y están más allá del espacio euclídeo. Además, afloran al Ser y al Pensamiento de forma inmediata: incluso cuando suponemos que Pensamiento y Ser no son la misma cosa. Tamaño descubrimiento –despropósito dirán algunos- me llevó a la siguiente intuición, clara y precisa en un nuevo sentido cartesiano (pues descubría nuevos elementos en el Discurso del viejo René, tan ocultos como mis Números Ocultos): la Verdad se liberaba de la lógica, de la coherencia, de la esclavitud al modelo empírico matemático. Entonces surgió. Se elevó como un gigante renacido ante mí, creció por encima de las nubes recuperando la soberanía del espacio que jamás debió perder, se ensanchó por valles y mares y océanos. ¡Qué magnífico! ¡El Ser! Y pensé que si la Verdad existe, ha de tener morada en su corazón…”

 El manuscrito estaba fechado pocos días antes del encuentro que Pepito Grillo mantuvo con el filósofo en el Restaurant del Club de Expedicionarios. Remitido a las autoridades académicas, estas dictaminaron que fuese archivado en los sótanos de la Gran Biblioteca, entre los tratados de psiquiatría; y que no se hiciese copia alguna del mismo nunca más.

Tras su óbito, la casa de Pepito Grillo fue vaciada, esterilizada y pintada. Puesta en alquiler, al cabo de poco tiempo, la ocupó una matrimonio compuesto por un diseñador gráfico y una administrativa. Varios días después, mientras realizaba la limpieza, oculta tras un radiador, la joven administrativa se topó con una ficha que había escapado a la higienización del inmueble. Esa ficha, escrita de puño y letra de Pepito Grillo rezaba lo siguiente:

 “De lo que no se puede: ¿no se debe hablar? Bah.”

La buena mujer, tras leerla, estrujo el papel hasta convertirlo en un ovillo que tiró inmediatamente a la basura.
En su mente no permaneció ni una palabra ni afloró una duda. Era una buena ciudadana.

                                                                                  *

domingo, 13 de mayo de 2012




Banquisición.   (Le tomo, con cariño, su vaca a Federico García).


Banquisición

 
Me sirvo un café con vaca estrujada.
Y la lluvia, que aparentemente amenaza, tiene
Un sinfín de rosas pendidas en las entrañas.

Rompo un aleluya, saludo el día
Me esperan las calles, me espera la vida
Un fermento de celosías, de luces enrejadas.

La horas, barrotes de tu cárcel, lloverán
Del cielo que se ríe con los artífices banqueros
De potros y otras máquinas de hierro.


Banquisición: auto da fe hipotecario
Tu inocencia incauta arrastrada por oficinas donde
Providencias de papel masticarán con fruición rendido tu sexo.

Marchitarás… se entretendrán sádicamente en tus genitales
Deglutirán convulsa el ala de mosca de tu pavura
Palpitante pesadilla que se consume.

Marchitarás… los autos se harán nubes en tus ojos pasmados
Y lloverá gas oil en tu  cerebro convertido en paraguas neuronal
Y la noche, ¡ay, la Noche! impondrá el oscuro corsé de todas las despedidas.

Ya tiemblan las vírgenes hechiceras de pávidas carnes
Nacerán infantes hambrientos en nuestros intestinos delgados
Temblad, temblad ¡la Banquisición ha resucitado!

jueves, 19 de abril de 2012

Pensamientos matutinos....

Pensamientos matutinos.

Decir lo que veo, soñar. La contradicción me acompaña estos días de mi vida. Un hombre entrado en la madurez; cansado, aunque sorprendido de este mundo que no terminará de comprender  jamás.
Soñar. Las tejas se iluminan, naranja y amarillo, con el primer rayo de sol de la mañana. Saludo este día nublado y ese rayo que se ha colado como una luz intrusa en un tanatorio.
Queremos creer que recordar es revivir. Mentimos para ahuyentar el miedo al que nos condena la soledad del tiempo trancurrido. Nadie ha vuelto jamás del reino del Hades, la nave de Caronte cruza el río en una sola dirección.  La memoria no revive los tiempos pasados  –los felices tiempos pasados-  como no se puede resucitar a quien murió. La memoria es un invento, los recuerdos son fantasía, la muerte es la realidad impalpable de la

Nada. La terquedad del vacío, que es también la terquedad del Ser.
Había un recuerdo arrugado sobre la acera. Como buen ciudadano, me agaché a recogerlo para tirarlo a la papelera. ¡Qué  descuidados, qué incívicos, quizá, resultan estos conciudadanos que van tirándolo todo por las aceras de mi pueblo! Recuerdos, sentimientos viejos y gastados, lágrimas que no asomaron por vergüenza o por miedo, palabras impronunciadas,  sonetos que no comprendimos a pesar de leerlos una y otra vez. El miedo a tener poca  inteligencia, a no ser nadie que es ser mediocre. Incluso el más republicano esconde a un aristócrata en su corazón.

Un monarca senil estampó su real firma en el decreto de declaración de guerra  que le presentaba su cavernario primer ministro. Le llamaron democracia sobre la piel de toro. Me río esta mañana y saludo a las nubes que cubren estos montes de carrasca y cajigo. Aquí los reyes parecen payasos. Clowns de nariz roja, y decrépitos. Todo transcurre  fuera de la ventana de mi habitación, como los recuerdos de la Nada. Somos juguetes en manos del viento de la historia, juguetes rotos en manos de dioses niños.
La muerte, recuerdo del único futuro que nos espera. Soy, esta mañana, un vidente del futuro y sus fantasmas. Soy un vidente con una lágrima gigantesca rodándole el pecho. Siento las cosas idas como si aún existieran,  me lamento por su pérdida, como me lamento de mi ignorancia y de mi miedo tan humanos. Como ese rey senil que pide perdón como el niño que rompió el jarrón del comedor.
Saldré, hoy, a trabajar un día más. Será una jornada como la tuya, como la suya, como la de todos los hombres que sueñan que recuerdan y que van hacia la Nada con pasos firmes, unos;  temblorosos y dubitativos, otros.

Saldré a buscar ese rayo de sol que se acaba de  apagar sobre las tejas, naranjas y amarillas, del tejado.
Grises, ahora que les doy la espalda