viernes, 20 de septiembre de 2013

Derivada de amor



Sobre tu cuerpo se volvieron locas las matemáticas... en un minúsculo verso universal. Es una manera de decir te quiero, te deseo... hoy que atardece tan bello, que hasta los números se quedan en suspenso, sin respiración.
Redondos como una flor. 






           Derivada de amor

Derivada de amor
La integral o la tangente: te quiero, te palpo,
Te acaricio suavemente.
Integral es mi deseo, algebraico, universal en lo que toco, sí
En tu piel se desvela la curva del infinito espacio
La oscuridad de tus agujeros tiende al infinito y quiero
Practicar contigo el cálculo infinitesimal del verso.


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sábado, 24 de agosto de 2013

y en tierras de este señor, los cocodrilos se han quitado el disfraz.






(In memoriam de aquellos sabios poetas del surrealismo, sobre todo de Arp y de Bretón. Empecé hace casi cuarenta años a escribir poemas como éste... bueno, como éste, no: han pasado cuarenta años casi.)



 

Poema del cocodrilo que quería ser hipopótamo.

no tengo porque guardar más corrección que los niños que tienen hambre de jugar en el parque sin mayor freno que su imaginación.
pues la noche no debería haberme alcanzado nunca
no me digas que esto es un poema, ni me digas que la lluvia amenaza de nuevo
porque la ruta del gusano es tan profunda como el vaso de leche por la mañana
y la mano de tu madre meciéndote todavía, TODAVÍA
como cuando las estrellas eran tu cuna y el firmamento
la frazada.

no, no tengo por  qué acudir a las medias palabras del hombre maduro
ni enseñar más corazón del que me resta todavía
(ése que sólo tú conocías,
¡oh, mujer marchita!)
ni tengo que decir nada  que no tenga en el bolsillo del  alma o la cartera de la piel
(no soy un cocodrilo aunque quisiera ser hipopótamo o luna )
no preciso socorrer la elipsis porque habito una tienda de campaña bajo el cielo mismo de las elipsis cosmogenéticas

me acuno todos los días en vuestras miradas
ajenos de nombre y alma: eso sois vosotros.

pero no lo sabéis, ni lo querríais saber si también fuerais acunados bajo ese firmamento de vacíos prolijos

(el cocodrilo es libre
el hipopótamo remueve la charca
y la luna se mira,
y Federico la está besando
oh, ilustre calavera
oh, ramillete fecundo)

así que no lo sabéis
sois pregunta sin respuesta, niebla
o tronco oculto de hojas innúmeras y hiedra fecunda y silenciosa
sois el árbol que calla en el bosque opaco mientras yo camino:
circunloquios y enredos; nada tengo.

la soledad no brilla como una estrella
no lo creáis
¡oh, no lo creáis!

cada uno de los cien pies del solitario
reza pasos a Onán
desdicha inevitable de ahogado que tragó su propio esperma
eco de sus propias oraciones: palabras enlazadas

pero no lo creáis
¡oh, no lo creáis!

*

lunes, 17 de junio de 2013

LA INQUIETUD DEL ERMITAÑO

LA INQUIETUD DEL ERMITAÑO



En el fondo del alma de los hombres existe un lugar donde casi nadie logra acceder. Ésta es la razón por la que frecuentemente tenemos la impresión de que los pensamientos que acuden a nuestra mente o las palabras que pronunciamos en una conversación surgen de la nada; aparecen como por arte de magia en nuestra cabeza y en nuestros labios frases que tenemos la sensación que no hemos pensado nosotros. Sin embargo, nos identificamos con ellas como si fueran nuestras, suponemos que forman parte de nuestro ser. Incluso, en ocasiones, seríamos capaces de dar la vida por defenderlas. Por defender nuestro derecho a pensar y a opinar.


Esos pensamientos, esas opiniones que no sabemos dónde nacen, tienen la fuerza de lo inexorable: no podemos cambiarlos. Aparecen, están, súbitos, ahí; y, antes de que los hayamos analizado mínimamente, ya los hemos proferido. Incluso, lo que ahora voy escribiendo, nace en la pantalla del ordenador antes de haberlo sometido a cualquier proceso crítico. Ahora bien ¿quién debería ejercer esa crítica? ¿Dónde habita ese mago invisible que dicta mis pensamientos?.

Resulta, entonces, que existe un lugar en el alma de todo hombre, de todos  nosotros, que desconocemos. Un espacio que no alcanza la vista, ni el oído. Un espacio fuera del Espacio, quizás. Es como si estuviéramos habitados por un desconocido que nos utiliza para que pronunciemos sus opiniones. Somos su marioneta, su robot, su siervo.

Claro, que me diréis: “pero, hombre de Dios, tu eres ese desconocido: nadie te habita, eres tú, tú mismo. Lo que ocurre es que no te conoces a ti mismo". Ya lo aconsejaba Sócrates “conócete a ti mismo”, pues es obvio que nadie se conoce a sí mismo y a los filósofos les gusta proponernos cosas difíciles.

Así, pues, construyo este discurso que ahora estáis leyendo sin saber lo que voy a decir, pero que he de suponer constituye mi opinión. “Hay, en el fondo de las almas de los hombres, un lugar al que casi nadie logra acceder”. Pues bien, puedo pensar (pensar: ¿qué es eso?) que yo soy eso y ése que desconozco.


Pero ¿y si no lo fuera? Y si realmente estuviese habitado por otro. Como en esas películas donde los extraterrestres ocupan cuerpos humanos de los que se han apropiado subrepticiamente. Como el ermitaño, habitaría en mí un parásito que, a su vez, me permitiría creer que pienso, que son mías las palabras que utilizo para existir, para sobrevivir como hombre en medio de los hombres.

En ese caso, lo que ahora aparece en la pantalla del ordenador –lo que tú, lector, estás leyendo- son las palabras de ese parásito que está intentando explicarse a sí mismo su existir. Porque él –en caso de ser así las cosas- también es un prisionero. Bueno, quizás no; quizá pueda cambiar de cuerpo a voluntad. Esa idea me inquieta.

Mi ermitaño se va, vale. ¿Eso significará mi muerte? A primera vista, eso parece: los muertos, antes de nada, dejan de hablar. Aunque podría ocurrir que otro ermitaño sustituyera al que se marcha… ¿por eso soy tan dado a cambiar de opinión?

Todo esto es un lío. Si alguno de vosotros ha estado en ese lugar oculto donde nacen las palabras, por favor, que me diga algo; que me saque de esta inquietud, de esta angustia que me posee y me aniquila.
Por favor, lo pido educadamente, como un buen filósofo. Como buen ciudadano, si queréis, o buena persona…

¿O es mi ermitaño el filósofo, el ciudadano, la buena persona que os está pidiendo auxilio?

Joder, no hay manera de aclararse con este asunto del nacimiento de las palabras y de las ideas. ¿Quién eres tú que llenas la pantalla de mi ordenador de letras y de frases de terrible y oscuro sentido? ¡Márchate! ¡No! No te marches por favor… ¿Tú eres yo? Ay.

Decidme, decidme algo, amables, terribles, buenos, turbios lectores. ¿Quiénes sois vosotros, eh? ¿También sufrís de esta ceguera, de esta ignorancia de no saber quiénes os habitan o quiénes sois?

¿Sabéis? Me planteo borrar todo lo que hay en la pantalla del ordenador. Lo señalo y le doy al “suprimir”, y ya está: es como si nunca hubiera existido. Como si yo me suicidara llevándome al otro conmigo a la nada.


¿Y si el otro soy yo?
¿Y si es el otro quién, para salvarse, me impide borrar estas palabras?
No sé por qué, pero voy a colgarlas en Internet.

Algo en mi interior exige perpetuarse. Y no puedo oponerme a sus designios: por eso estás tú, lector, leyendo ahora este discurso.

Y no puedes hacer nada para ocultárselo a tu propio ermitaño ¿no crees?.



***




jueves, 28 de marzo de 2013

Las hembras perdidas...

... pero alzo la vista más allá de la ventana y veo la desolación que anega un mundo antes bello. Entonces los versos crecen como la raíz de los espinos entre las otras raíces. Y siento tanto que sean estos, esos versos.


El desmoronamiento zumba y su zumbido todo lo llena.
Retumba bajo los pasos fatigados de la miseria
En los abrazos imposibles y perdidos,
En el llanto y en la risa que tirita neurasténica,
En el horror de la última miga del pan de trigo negro evanescente
Del huidizo último, sí último bocado.

Las farolas pueblan las calles de sombras.
Las farolas,
Desde su esbelta figura iluminada, amenazan que darán luz negra
Y en las esquinas les responden, meneando bolsos y caderas, las desfallecidas hembras.
Las hembras de España.

¿Quién ha rescatado del recuerdo  las bocas hambrientas?
¿Quién ha levantado las lápidas de la miseria?
¿Quién nos ofrece nuestra propia mortaja como alimento y se alimenta de ella?
¡Qué noche ha caído sobre mi tierra! Y en las esquinas, quién espera.

Mientras tanto. Oh, sí, mientras tanto
Las hembras de España.

Vendrán los sajones ebrios de cerveza
Vendrán este verano a España
Con el recuerdo de dos tetas bien puestas
La mirada inyectada y bovina, y dispuestos a devorar
Las hembras de España.

¿Quién?
Dímelo tú.
Ay, España, hembra en la esquina de Europa.

***
Nunca saliste de la caverna pero no lo sabías.
No sabías que el corzo huye de sus  soledades a la miseria
No sabías que eras tú -sí tú y no otro- la pieza del cazador
Porque nunca saliste de la caverna pero no lo sabías.

Remotos te llegan los llantos olvidados
Remota la noche que te pertenece retorna
Remota la lucha se te enciende pero no sabes qué hacer con ella.

***

Las hembras de España en tus sueños de gaviota mediterránea
Pasean dichas de flor de imposible y te desprecian porque se desprecian
Porque cuelgan de sus pechos niños famélicos y abecedarios callados.

Las dunas de este páramo son de roca y aristas
Sus sombras abominan la vida
Son las sombras  traspasadas de las hembras perdidas.

Una fuga en el pentagrama del  llanto es la melodía trágica que te avasalla.
Bates las alas sobre el mar sin olas ni horizonte
Sobre las babas babeantes de cerveza ¿recuerdas?

Huyen los pasos y dejan huérfanos zapatos como deseos anclados o muertos.
No hay camino caminante: el poeta yace bajo la tierra.
La boca del rapsoda se puebla de cuchillas sin lengua.
*
Y las hembras de España te miran y callan.
Y lloran las gaviotas por el cielo de miseria.
Amenaza un sol negro y frío, y tiemblas.
Y te vas, andando sin tus pasos,
Llorando sin tu llanto,
Hablando
Perdidos el discurso, la razón
Y el poema.